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Pequeño curso sobre magia por Andrés Ibáñez

4/09/2018

1.

La lectura del libro Ángeles fósiles, de Alan Moore, publicado por La Felguera en magnífica traducción de Javier Calvo, es el origen de estas reflexiones sobre la magia. Ignoro hasta qué punto Alan Moore se ha implicado en la magia. Por su aspecto, uno diría que mucho, ya que Alan Moore parece realmente un mago: lleva una larga melena y una larga barba ensortijada, tiene ojos intensos y terribles, dedos cargados de anillos, etc. Sin embargo, de la lectura de su libro, magnífico y maravilloso, por otra parte, se desprenden las siguientes sospechas:

– la primera sospecha, que no es una sospecha sino un hecho, es que, para Moore, «magia» significa la magia inglesa, sobre todo la surgida a partir del siglo XIX y consagrada en la belle époque, la de la magick, la wicca, la orden Amanecer Dorado, MacGregor Mathers, Aleister Crowley, Austin Spare, etc.

– la segunda sospecha es que el interés de Moore en el tema es, sobre todo, literario y libresco.

– la tercera, que Moore no entiende en profundidad qué es realmente la magia.

Me explico. La primera sospecha no es realmente una sospecha. Es verdad que Moore hace alguna referencia a los magos renacentistas John Dee o Richard Kelly (que también, por cierto, son ingleses) o a la magia medieval, pero su reflexión se basa sobre todo en Amanecer Dorado y Aleister Crowley. De aquí su argumentación principal: que los magos son una pandilla de imbéciles y chiflados, y que la magia no sirve para nada, no representa ningún conocimiento real y nunca «funciona». Lo cual, en el contexto en que él habla, es cierto.

En cuanto a la segunda y tercera sospechas, me temo que la mayoría de las personas que se interesan por estos temas lo único que hacen es leer libros (y asistir a alguna reunión o participar en alguna sesión) y no llegan a comprender profundamente aquello que estudian, porque lo mantienen aislado y separado de muchas otras cosas y porque no logran ir más allá de las propias ideas previas que tenían sobre la «magia».

El argumento de Alan Moore es que la magia no «funciona» y que el problema es que no la hemos entendido bien, ya que la magia no es ni ciencia ni religión, sino arte. La magia es arte, y el arte, por lo tanto, es magia. Y este es el problema del razonamiento de Moore. Decir que el arte es magia es una afirmación atrevida y fascinante, que comparto plenamente y sobre la que habría mucho que decir y escribir. Pero decir que la magia es arte nos lleva a las sospechas segunda y tercera: que la visión que tiene Moore de la magia es meramente libresca.

En cuanto a la magia de Amanecer Dorado, Aleister Crowley, Spare, etc., he de decir que se merece todos los feos apelativos que Moore les dedica y más. Es una magia vacía, puro ritual necio basado en nada. Tiene relaciones obvias con el fascismo. Y es, sobre todo, hija de una enorme confusión y de una gran suciedad. Leemos los textos de Aleister Crowley, por ejemplo, publicados por Valdemar y enseguida nos encontraremos con su maraña mental, conceptual y verbal, con su estilo anhelante, efectista y oscuro. Veamos sus cuadros, deformes y horribles. Veamos las fotos de los implicados en todos estos rituales: todos parecen seres enfermos o locos. Sí, hay algo enfermo, triste, insano, loco, en todo este asunto de la magia, Austin Spare, las películas de Kenneth Anger que a mí me fascinaban en los ochenta…

Aleister Crowley visitó en París Le Prieuré, donde vivían Gurdjieff y sus adeptos. Mucha gente iba por allí, por supuesto, ya que el palacete de Fontainebleau era bien conocido, así como las enseñanzas del célebre «místico» ruso, o más bien armenio. Supongo que Crowley visitaba a Gurdjieff en calidad de gran mago y con la intención de hablar con él de maestro a maestro. Gurdjieff lo encontró hablando con un niño, al que Crowley le preguntaba si sentía admiración por el diablo. Gurdjieff lo echó de allí llamándole sucio con grandes voces, y le dijo que no volviera.

Gurdjieff sí era un verdadero mago. También Cristo fue un gran mago. Así como Pitágoras.

2.

Pero, ¿qué es realmente la magia?

La magia es el término que se daba en la antigüedad a lo que hoy conocemos como «ciencia». No podemos comprender qué es la magia si no comprendemos la visión analógica del mundo, que entiende la realidad como una especie de sistema de resonancias donde todo se relaciona con todo y todo, en cierto modo, es espejo de todo lo demás. Es la imagen del hombre como microcosmos (el hombre es un mundo en miniatura y el cosmos tiene la forma de un hombre inmenso), la idea de la Escalera del Ser (todas las cosas, desde la piedra hasta Dios, van relacionándose por pasos ascendentes; sólo el ser humano es capaz de subir la escalera, los demás elementos están fijos en ella); la idea de las «correspondencias» (a todo lo de «abajo» le corresponde algo «arriba»; son las «columnas vivientes» del soneto de Baudelaire) o la de eso que Frazer llamó «magia homeopática» (lo semejante influye en lo semejante: por eso la nuez, por ejemplo, es buena para el cerebro).

Hemos de comprender que no debemos tomar estas metáforas al pie de la letra. Los antiguos, por ejemplo, sabían perfectamente que la tierra o el cosmos no tiene literalmente la forma de un ser humano (los ríos son las venas, Jerusalén el corazón, etc.). Podemos reírnos ante la ingenuidad de esos botarates e ignorantes antiguos que no tenían la ventaja de contar con el telescopio Hubble, o podemos reflexionar que las modernas ideas sobre el ecosistema, por ejemplo, o la teoría de Gaia de Lovelock-Margulis, son en realidad formas nuevas de comprender la antigua idea de las correspondencias o el microcosmos, nuevas lecturas de la vieja metáfora. La teoría Gaia afirma que la biosfera se comporta como un ser vivo, y que Gaia es el ser vivo más grande que conocemos. Decir, entonces, que la Tierra es como un ser humano muy grande ya no parece una cosa tan delirante y absurda.

En la Biblia, los magos son aquellos que conocen las leyes de la naturaleza y se aprovechan de ellas para hacer trucos y milagros. Estos milagros son «falsos» en el sentido de que no provienen de Dios. Hay, por tanto, dos tipos de milagros: los que hace Dios por medio de sus representantes (profetas, apóstoles) y los que hacen los «magos».

Resulta fascinante la cantidad de ideas confusas y raras que se juntan en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo testamento, sobre la magia. Estas son algunas:

– los magos son los que conocen los secretos de la naturaleza. Es decir, son lo que hoy en día llamaríamos «científicos». Pero conocer la naturaleza es algo diabólico, porque el mundo, la realidad, está corrompida.

– como el mundo es intrínsecamente malo, también es malo desear conocerlo. El deseo de conocer la naturaleza y sus leyes es un deseo «diabólico».

– los milagros han de hacerse no por medio de la naturaleza, sino por medio de Dios. De modo que Dios, sea lo que sea, es algo completamente separado de la naturaleza y de sus leyes.

– de lo anterior se deduce que lo «espiritual», lo «divino», «Dios», etc. es algo absolutamente disociado de la materia.

Es fácil observar que las ideas mágicas son mucho más sensatas e infinitamente más modernas. Ya que la magia afirma que lo espiritual y lo material están íntimamente relacionados, del mismo modo que el microcosmos y el macrocosmos se relacionan, o que los colores y el estado de ánimo se relacionan, o que los pensamientos y la salud se relacionan. Para la magia no puede haber una cosa absolutamente «mental» y otra absolutamente «física»: las cosas mentales (pensamientos, emociones, recuerdos, etc.) tienen un sustento material, y las cosas físicas (el cuerpo, los animales, la luz) han de tener una contrapartida en el mundo de la conciencia.

La magia (como la ciencia) cree en la dignidad intrínseca de la búsqueda del conocimiento y busca descubrir las leyes de la realidad. Ese es el sentido del término «ocultismo»: ocultista no es el que oculta, sino el que investiga lo oculto. El símbolo de Isis sin velo debería ser el símbolo de la ciencia, que pretende quitar el velo a la realidad para que se nos muestre tal y como es.
Es fácil ver, si acudimos a la historia, que la religión cristiana se opuso tanto a la magia en un principio como más tarde se opondría a la ciencia.

Uno de los textos más asombrosos que pueden leerse a este respecto son los Hechos de los apóstoles, ese quinto evangelio o secuela de los cuatro evangelios precedentes que cuenta las aventuras de los apóstoles después de Pentecostés y sus encuentros con magos, por ejemplo el célebre Simón el Mago. Todos ellos –apóstoles y no apóstoles– hacen milagros. Todos usan la energía para curar. Todos usan típicas técnicas de magia como imposición de manos, visión directa de la energía, contemplación del aura, canalización a través del séptimo chakra, etc. Pero, en el texto bíblico, Simón es un simple «mago», malvado y equivocado, mientras que Pedro y los demás son apóstoles, santos y buenos.

En realidad, todos son magos. Los apóstoles son magos. También Cristo era un mago. Parménides, el creador de la lógica occidental, fue un mago (lean En los oscuros dominios del saber, de Peter Kingsley), como lo fue Pitágoras. Pero, aunque no sea un procedimiento muy mágico, vayamos por partes.

3.

¿Qué es un mago? ¿Qué es la magia?

Para comprender la magia, hemos de aceptar, primero, la existencia de la energía y de la conciencia. Si el concepto de conciencia nos repugna, si somos fundamentalistas que afirman que no existe el pensamiento, ni el yo, ni la mente, ni nada parecido, y que el ser humano no es más que una máquina y el cerebro nada más que un ordenador, entonces no podremos entender qué es realmente eso que en el pasado y en tantas tradiciones se llama «magia». Si somos conductistas extremos, que afirmamos que el hombre es mero estímulo-respuesta y que no hay nada «dentro» de nosotros, si creemos en un mundo de hechos físicos discretos e inconexos dominado por un azar inexplicable (que por azar ha creado el ojo, por ejemplo, o el córtex, o la Sinfonía núm. 40 de Mozart), entonces no podremos ir mucho más allá. El negacionismo interior es tan fundamentalista y ciego como el creacionismo o el fundamentalismo religioso, y se basa en el mismo paradigma (fe, dogmas, anatemas, libros canónicos, profetas, peticiones de principio). Pero, si aceptamos que hay algo llamado conciencia, mente, yo, inteligencia, como queramos llamarlo, entonces podremos ir más allá y afirmar que la mente, si es algo, debe ser energía y, si no es energía, debe ser una fuerza, ya que en la realidad sólo existen materia-energía y fuerzas. Para comprender qué es la magia debemos antes considerar que todo lo que llamamos «mental», «espiritual», «subjetivo» tiene algún tipo de relación, que todavía no podemos explicar con claridad y que probablemente nunca podamos explicar del todo, con lo que llamamos «físico», «natural», «objetivo», etc.

Esta relación es obvia y llena completamente nuestra vida.

Así podremos avanzar en nuestra definición de la magia. La magia es el trabajo con la energía mediante la forma.

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